En ocasiones, nuestros hijos pueden llegar a ser desesperantes y aunque nos dé mucha rabia, debemos controlarnos. Algunos padres y madres no pueden controlarse y les acaban gritando al más mínimo gesto de rebeldía. Los expertos no recomiendan que esto sea una constante dado que puede afectar a los niños.
En este caso, tanto papás como mamás debemos aprender a tener paciencia y a controlarnos. Esto no es algo que se aprenda de la noche a la mañana, pero la curva de aprendizaje es sencilla. Educar sin gritar es muy importante, pero hay que ser constante para conseguirlo.
¿Por qué no gritar a nuestros hijos?
Es importante comenzar a controlarse desde que los niños son muy pequeños. Si crecen con nuestros gritos, incluso en la adolescencia, no les estaremos dando un buen ejemplo. Además, asumen que gritar es lícito cuando se enfadan y después será más difícil corregírselo.
Al igual que respetamos a otras personas, también deberíamos hacer lo mismo con nuestros hijos. Gritarles es como estar enseñándoles que la agresividad es una vía para solucionar cualquier clase de problema. Sabemos que no es así y que no debemos hacerlo, seguro que no querrás que tu hijo o hija piense que es lo correcto.
Cuando gritamos hacemos que nuestros hijos nos obedezcan por miedo y no por respeto. Lo más aconsejable es que cuando se muestran rebeldes hay que hablar las cosas con ellos. De esta forma se ganarán nuestro respeto y resultará mucho más efectivo este sistema que gritarles.
Dependiendo de la situación en la que se encuentren nuestros hijos, gritarles puede producirles bastante daño. Gritar no hará que se solucionen las cosas antes ni tampoco que nos hagan caso al momento.
Cuando elevamos la voz demasiado nuestros hijos acaban acostumbrándose y dejan de escucharnos, por tanto… no nos harán caso. Eso es lo que no queremos cuando intentamos hablar con ellos sobre algo que hayan hecho mal.
Como padres y madres debemos tener muy claro que no se consigue el respeto de nuestros hijos gritándoles. Se puede ser firme con tan solo hablar sin necesidad de alzar la voz. Simplemente es cuestión de ir acostumbrándose poco a poco a hacerlo.
Lo mismo que pedimos a nuestros hijos que no hagan cosas mal, también debemos sincerarnos como progenitores. Debemos asumir el fallo cuándo no cumplimos nuestra propuesta de no gritarles. Nunca está de más pedirles perdón. Con ello no perderemos autoridad sino que estaremos dándoles una lección. ¿Lo has probado?