Desde los primeros meses de vida, los bebés comienzan a explorar el mundo a través de sus sentidos, y la vista juega un papel esencial en ese proceso. Pero, ¿cómo saber si el bebé está viendo con normalidad o si hay alguna señal preocupante que los padres deben atender? Dado que los bebés no pueden expresar con palabras lo que ven ni describir su percepción visual, resulta clave que los adultos estén atentos a ciertos indicios que podrían revelar la presencia de problemas oculares. En este texto exploraremos cuáles son esos signos de alerta y qué pasos seguir ante la sospecha de anomalías visuales.
Aunque los bebés no verbalizan lo que perciben, sus gestos, movimientos o comportamientos pueden revelar pistas muy útiles. Por ejemplo, si un bebé no sigue con la mirada un objeto que se mueve lentamente delante de él o hacia los lados, eso podría indicar que no está usando ambos ojos correctamente. Otro indicio es cuando parece que los ojos se desvían hacia dentro o hacia fuera (estrabismo), lo cual no es infrecuente en los primeros meses, pero si persiste después de los pocos meses puede apuntar a un problema de coordinación ocular. Adicionalmente, si detectas que en las fotos aparece un brillo o reflejo blanco en la pupila de uno de los ojos (cuando se le toma una foto con flash) o manchas blancas o amarillentas en alguna zona ocular, ese detalle no debe pasarse por alto. También conviene tener en cuenta si el bebé evita fijarse en objetos visualmente complejos o luces brillantes, pues puede sugerir molestias o sensibilidad. En consecuencia, si observas cualquiera de estas señales de forma constante, lo más prudente es buscar la opinión de un profesional óptico u oftalmólogo infantil.
Signos que merecen atención especializada
Cuando un bebé manifiesta alguno de esos indicios con cierta regularidad, la consulta temprana con un especialista es fundamental. Por lo general, el pediatra realiza revisiones rutinarias del ojo, pero esas pruebas iniciales pueden no ser suficientes para detectar todos los trastornos visuales. En esas revisiones se observa el reflejo rojo (cuando se ilumina el ojo, si la retina responde bien, aparece un punto rojo), se evalúa si los ojos están alineados y si el bebé sigue objetos con la mirada. Si hay dudas, el oculista pediátrico puede realizar pruebas más específicas adaptadas a la edad del bebé (pruebas de refracción, exploración del fondo de ojo, medición del estrabismo, etc.).
Durante los primeros meses de vida, el desarrollo visual progresa de forma rápida: entre los dos y cuatro meses, el bebé debe comenzar a seguir objetos con los ojos de lado a lado, y hacia el final del primer año su capacidad de enfoque y discriminación visual debería estar bastante refinada. Si a los seis u ocho meses notas que no reconoce rostros familiares, no mira hacia objetos luminosos o se muestra poco interesado visualmente por su entorno, esto puede alertar a los padres. En algunos casos, los problemas no solo afectan la vista en sí, sino que pueden repercutir en el aprendizaje futuro, la concentración o la coordinación lecto-visomotora. Esto último hace que la detección temprana no solo sea una cuestión de salud ocular, sino de desarrollo integral del niño.
Desde el momento en que surge la sospecha, lo ideal es acudir a un profesional que pueda confirmar o descartar anomalías. Si el óptico infantil prescribe gafas, es importante que las monturas sean adecuadas para bebés: ligeras, cómodas, con un ajuste que no lastime ni se desplacen fácilmente. Las lentes modernas plásticas tienen ventajas (son menos propensas a romperse, más ligeras y resistentes) frente a las de cristal. También es frecuente que se recomienden ejercicios visuales adaptados, para fortalecer la coordinación entre ambos ojos o mejorar el enfoque. En cuanto a la adaptación, al principio el bebé podría incomodarse o querer quitárselas, por lo que es útil que las use por periodos cortos hasta familiarizarse.
Una recomendación valiosa es mantener la revisión ocular sistemática durante los primeros años: al menos en las consultas de control del bebé, se debe incluir una evaluación ocular más allá de lo básico. Si el bebé ha mostrado antecedentes familiares de problemas de visión, la vigilancia debe ser aún más estricta. La intervención temprana permite corregir muchos trastornos visuales antes de que afecten el desarrollo cognitivo o académico. Y aunque no todos los signos observados se traducen en una enfermedad grave, es preferible descartar lo extraño que dejar pasar algo que se podría corregir a tiempo.