El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es una condición neurobiológica que suele venir acompañada de dificultad para concentrarse, impulsividad y mucha energía difícil de canalizar. Todo esto puede hacer que la vida escolar de niñas, niños y adolescentes se vuelva cuesta arriba. En el día a día del colegio, estas conductas complican cosas básicas como terminar tareas, seguir instrucciones o simplemente organizarse.
Pero el impacto del TDAH no se queda en lo académico. También afecta la forma en que se relacionan con maestros y compañeros, generando situaciones que requieren algo más que paciencia: hacen falta estrategias pensadas con empatía, para que los chicos se sientan comprendidos, valorados y realmente acompañados. Porque esto va más allá de “estar distraído”; estamos hablando de una condición que influye directamente en su bienestar escolar.
Estrategias que sí ayudan
En preescolar, aquí todo empieza. La primera infancia es un periodo clave para establecer hábitos, rutinas y formas de relacionarse. En este nivel, lo más importante es brindar seguridad a través de estructuras claras. ¿Cómo? Con horarios visuales, rutinas que se repiten cada día, reglas sencillas y visibles, y mucha, pero mucha paciencia.
Los juegos que fomentan la espera de turnos, la cooperación o el autocontrol son herramientas valiosísimas. Además, incluir apoyos visuales (dibujos, señales, fotos) puede ayudar mucho a que los más pequeños comprendan mejor lo que se espera de ellos y reduzcan su ansiedad.
Después pasamos a la primaria, aquí el panorama se vuelve más exigente. Ya no se trata solo de “jugar bien” o quedarse sentado en la alfombra, sino de seguir instrucciones complejas, entregar tareas, trabajar con otros, y hacerlo todo con cierta autonomía.
En este punto, herramientas como los cronómetros visuales (tipo reloj de arena o temporizadores con colores), los esquemas paso a paso y los recordatorios visuales son aliados importantes. Las pausas activas también son clave: permitir que los estudiantes se levanten, estiren, caminen un poco o hagan un mini reto físico entre una actividad y otra puede ayudarlos a retomar el foco.
Y no olvidemos el aprendizaje multisensorial. Un niño con TDAH no se va a enganchar solo con explicaciones verbales. Necesita ver, tocar, moverse, experimentar. Cuantos más sentidos involucramos, más oportunidades le damos de conectar con el contenido.
En secundaria, el desafío es mayor. No solo porque los contenidos son más complejos, sino porque la exigencia de autonomía aumenta, y también la presión social. Muchos chicos con TDAH sienten que no encajan, que van más lento que los demás, que siempre “fallan” en algo. Por eso, el acompañamiento emocional se vuelve tan importante como el académico.
En este nivel, el uso de organizadores visuales, aplicaciones para gestionar tareas, recordatorios electrónicos y sesiones breves de tutoría puede hacer una gran diferencia. También es fundamental que los docentes comprendan que la flexibilidad no es “consentir”: es adaptar para que el aprendizaje suceda.
El entorno también educa
Algo curioso pero muy real: hay niños con TDAH que se portan bien en la escuela, pero tienen más dificultades en casa… o al revés. ¿La razón? Los entornos estructurados, como el escolar, ofrecen una guía constante. En casa, sin esa estructura tan marcada, les cuesta más sostener el esfuerzo, y eso puede derivar en conductas más desafiantes. No es que “no quieran portarse bien”, es que el entorno les pesa.
En todo esto, tanto los docentes como las familias tienen un rol fundamental. Estar ahí, repetir con calma, sostener rutinas, ofrecer contención emocional… eso construye un puente diario hacia el aprendizaje.
Y si, además del TDAH, hay otras condiciones como el autismo, el panorama requiere ajustes aún más personalizados. No es imposible, pero sí necesita más recursos: apoyos visuales permanentes, acompañamiento constante, y mucha flexibilidad. Cada niño tiene su propio ritmo, y entender eso es clave.
El TDAH en el cole no es una barrera insalvable, pero sí exige una mirada diferente: más atenta, más activa, más humana. Con estrategias claras, movimiento con sentido, adaptaciones reales y un enfoque empático, el aula puede transformarse en un verdadero espacio de confianza.