El sonido del aspirador que arrulla a tu bebé, el ventilador que parece funcionar como un hechizo, la aplicación del móvil que reproduce una especie de “shhhh” constante. A muchas madres y padres les sorprende que, mientras cualquier pequeño ruido despierta a su hijo, ese murmullo monótono consiga justo lo contrario, lo calma y lo ayuda a dormir. No es casualidad y tampoco es magia, tiene una explicación científica bastante clara.
El llamado ruido blanco es un sonido continuo, sin melodía reconocible, que reparte su energía por un amplio abanico de frecuencias. Dicho de forma sencilla, es un fondo sonoro uniforme que no sube ni baja, como si fuera una cortina acústica. Este tipo de ruido tiene la capacidad de enmascarar otros sonidos del entorno, por ejemplo el timbre de la puerta o un coche que pasa por la calle, que de otro modo podrían sobresaltar al bebé.
Pero hay algo todavía más interesante. Diversos especialistas señalan que estos sonidos recuerdan al ambiente que el bebé vivió durante el embarazo. En el útero no reina el silencio, al contrario, el pequeño está rodeado por el rumor constante de la sangre circulando, el latido del corazón materno y el movimiento del líquido amniótico. El ruido blanco imita en cierta medida ese entorno envolvente y repetitivo, por lo que el cerebro del bebé lo interpreta como algo familiar y tranquilizador.
En los primeros meses de vida, cuando el sistema nervioso aún es inmaduro, esa familiaridad marca la diferencia. Los recién nacidos se sobresaltan con facilidad ante ruidos repentinos, luces intensas o cambios bruscos. Un fondo sonoro constante reduce el impacto de esos estímulos y facilita que el pequeño se relaje. Por eso tantos padres comprueban que su hijo se queda dormido más rápido cuando suena la campana extractora o la secadora en la habitación de al lado.
Qué dice la ciencia sobre el ruido blanco y el sueño infantil
La investigación sobre el sueño infantil ha observado que los bebés pasan gran parte del día durmiendo, pero lo hacen en fases muy fragmentadas, con múltiples despertares. Entre las estrategias que se han estudiado para ayudarles a descansar se encuentran métodos conductuales, técnicas de consuelo en brazos, uso de chupete, balanceo suave y también la presencia de ruido blanco como acompañamiento sonoro.
Algunos trabajos clínicos han analizado de manera específica el efecto de este tipo de sonido. Un estudio citado con frecuencia comparó tres situaciones diferentes, el bebé en brazos de la madre, el bebé en brazos de la madre con ruido blanco de fondo y el bebé tumbado en la cuna escuchando el ruido. Los resultados mostraron que los niños que menos lloraban eran los que permanecían en la cuna con el sonido de fondo, mientras que los que estaban en brazos sin ruido blanco eran los que se quejaban más.
Otra investigación se centró en un momento especialmente delicado, la vacunación. En un grupo de bebés prematuros se observó que aquellos que escuchaban ruido blanco desde un minuto antes del pinchazo hasta un minuto después manifestaban menos signos de dolor que los que no tenían ese acompañamiento sonoro. La conclusión fue que el ruido blanco, usado como distracción, puede disminuir la percepción del malestar en determinados procedimientos médicos. En unidades de cuidados intensivos neonatales también se ha recurrido a este tipo de sonido. El objetivo es suavizar el impacto de timbres, bombas de infusión y otros dispositivos que forman parte inevitable del entorno hospitalario. Cuando se añade un fondo de ruido blanco, los bebés se despiertan menos veces y duermen durante periodos algo más prolongados, lo que favorece su recuperación y desarrollo.
Todo ello ayuda a explicar por qué tantos recién nacidos se calman con este sonido uniforme. El ruido blanco crea una especie de burbuja acústica que reduce las sorpresas desagradables, devuelve al bebé a una sensación parecida a la del vientre materno y facilita la transición al sueño. No es de extrañar que muchos padres lo describan como un verdadero salvavidas en noches de llanto incesante o en hogares donde conviven varios hermanos.
Ahora bien, que resulte útil no significa que pueda usarse sin medida. Como ocurre con casi todo lo relacionado con la crianza, el modo en que se emplea marca la diferencia entre un aliado y un posible problema.
Los pediatras llevan años insistiendo en que hay que controlar el volumen. Algunas pruebas con aparatos comerciales diseñados para bebés han mostrado que muchos superan los niveles de sonido considerados seguros. La recomendación es que no se sobrepasen aproximadamente los cuarenta y cinco o cincuenta decibelios y que el dispositivo se coloque a cierta distancia de la cuna, nunca pegado a la oreja del pequeño.
También existen dudas sobre el uso constante de ruido blanco como herramienta única para dormir al bebé. Algunos expertos en sueño infantil recuerdan que, si siempre se recurre a ese sonido para que concilie el sueño, es posible que el niño acabe asociando descansar con la presencia del aparato. Con el tiempo podría costarle dormir sin esa señal acústica, lo que complica las noches cuando la familia está de viaje o cuando el dispositivo se estropea.
Otros profesionales, sin embargo, consideran que la clave no está en prohibirlo, sino en utilizarlo con sentido común. Recomiendan reservarlo para momentos concretos, por ejemplo si el bebé está muy inquieto, si hay mucho ruido ambiental o si se atraviesan etapas de cólicos en las que nada parece aliviar el llanto. En estas situaciones, la combinación de brazos, contacto piel con piel, balanceo suave y un fondo de ruido blanco puede resultar muy eficaz para calmar al pequeño.
Desde la perspectiva de los padres, es importante observar siempre la reacción del bebé. Hay niños que se relajan al instante, otros que parecen indiferentes y algunos que incluso se muestran más nerviosos cuando el sonido es demasiado agudo o intenso. La recomendación general es empezar con un volumen bajo, aumentar solo un poco si es necesario y apagar el aparato cuando el niño ya esté profundamente dormido.
También conviene recordar que el ruido blanco no sustituye a una rutina de sueño adecuada. Baño tranquilo, luz tenue, un rato de caricias o cuento, alimentación que cubra sus necesidades y un ambiente de calma en casa siguen siendo la base. El sonido constante actúa como complemento, no como solución milagrosa. Si el bebé está incómodo por gases, tiene hambre, fiebre o cualquier otro problema físico, lo razonable es atender primero esa causa.
En resumen, los bebés parecen adorar el ruido blanco porque les ofrece algo que su sistema nervioso inmaduro agradece muchísimo, previsibilidad. Frente a un mundo lleno de estímulos repentinos, este sonido continuo les envuelve en una especie de abrazo acústico que recuerda al útero, amortigua lo que ocurre alrededor y facilita el sueño. La ciencia respalda su utilidad en determinadas circunstancias, siempre que se respete el volumen, la distancia y el sentido común.
Para las familias agotadas por las noches en vela, puede convertirse en un aliado valioso. Basta con entender qué es exactamente, por qué funciona y cuáles son sus límites. Si se usa como una herramienta más, junto con el contacto, la paciencia y la observación atenta del bebé, el ruido blanco puede ser ese pequeño truco que marque la diferencia entre una madrugada interminable y un descanso algo más reparador para todos.
