Compartir no es solo dejar un juguete. Para un niño, significa ceder por un instante, abrir la mano y el corazón. Es un reto emocional enorme. Es como si el mundo se inclinara para ver si él se atreve a dar un paso. Y sí… a veces monta un berrinche. Lo entendemos. Es normal. Compartir no nace con ellos: se aprende. Día tras día, con paciencia, con guía, y sobre todo, con ejemplo.
Compartir es dar sin esperar nada a cambio. Punto. Y al mismo tiempo, es recibir. Recibir sonrisas, cariño, juego, respeto. Es un gesto sencillo que construye empatía, vínculos y seguridad emocional. No es magia: es aprendizaje. Y como todo aprendizaje, necesita práctica, errores, retrocesos… y muchas pequeñas victorias.
Cómo acompañarles en ese camino
- Charla y conciencia: Habla con él. Explícale que compartir es algo bonito. Que hace felices a los demás. Si ya tiene unos cuatro años, puedes invitarle a imaginarse en el lugar del otro: “¿Cómo te sentirías tú si nadie quisiera prestarte nada?”.
- Evita las etiquetas: No digas “eres egoísta”. Eso no ayuda. Solo lo encierra en una idea que no le define. Es mejor plantear opciones: “¿Quieres compartir ese juguete o prefieres guardarlo por ahora?”. Así siente que decide, que tiene margen para hacerlo bien.
- No castigues: Obligar a compartir por la fuerza no funciona. Puede que preste algo en ese momento, pero con enfado o desconfianza. Y eso no construye. En cambio, elogiar cuando sí lo hace voluntariamente sí marca la diferencia: “Gracias por dejarle tu coche. Eso ha sido muy generoso”.
- Empatía en acción: Enséñale a cuidar lo de los demás como si fuera suyo. Que vea que cuando algo se devuelve en buen estado, la confianza crece. Que compartir no es perder, sino sumar.
- Reuniones lúdicas: Jugar con otros niños es la mejor forma de practicar esto. Ahí aprende a negociar, a esperar, a ceder… sin que tú intervengas tanto. En el juego hay errores y acuerdos reales. Déjales espacio y observa.
- Ejemplo continuo: Si tú compartes tiempo, atención, comida, ideas… él lo verá. Y lo copiará. Somos su espejo. Si ve que tú prestas con naturalidad, lo hará también.
- Actividades solidarias: A veces, acciones como donar un juguete que ya no usa o ayudar a alguien que lo necesita despiertan una conciencia distinta. No hace falta que entienda todo. Basta con que vea que su gesto puede mejorar el día de alguien.
- Usa turnos: Con niños pequeños, usar un temporizador o contar en voz alta “dos minutos para ti, y luego le toca a tu hermano” les da seguridad. Aprenden a esperar sin miedo. A confiar en que lo que comparten, vuelve.
Imagínalo. Su carita viendo que otro niño juega con su taxi favorito… y no lo rompe. O su sonrisa al oír un “gracias” sincero. Eso no tiene precio. Su pecho se infla. Se siente útil. Grande. Valioso.
Y claro que habrá días grises. Días de “mío, mío, mío” y lágrimas. No lo tomes como fracaso. Es emoción pura. En esos momentos, no le regañes: abrázale con palabras. “Te enfadas porque es especial para ti, ¿verdad?”. Así validas lo que siente. Y desde ahí, se abre el espacio para el siguiente paso.
Cada vez que escucha un “gracias”, cada vez que ve que su gesto provoca una sonrisa, algo se enciende dentro. Lo que antes era suyo y solo suyo, ahora se transforma en algo compartido y valioso para dos.
En definitiva, podemos decir que enseñar a compartir no es imponer, ni forzar, ni exigir. Es sembrar poco a poco la idea de que compartir une, conecta y construye. Que no le resta, sino que le da. Y que lo que entrega con generosidad se multiplica en afecto.
Un día, sin darte cuenta, verás cómo le tiende un juguete a otro niño sin que nadie se lo pida. Y entonces sabrás que compartir ya no es un reto… es su forma natural de cuidar al mundo.